martes, 1 de diciembre de 2009

PRIMERO DE DICIEMBRE EN CAMA


Hoy te encontré cubierta con una gruesa colcha afelpada con un dibujo salvaje de un tigre adormilado. En tu pequeña habitación estaba tu padre sentado a los pies de la cama tomándote la presión, tan pensativo que no oyó mi saludo. Tú me respondiste por él, sin ánimo, cansada y profundamente hastiada de lo mismo. Sentí nostalgia e impotencia, y eran sentimientos que en aquella habitación tan pequeña me ahogaban. Tu sobrino jugaba con un carrito de plástico, indiferente a tu drama diario, como yo a veces para no soltar el llanto. Recordé, al ver tu extenuada sonrisa los primeros besos que nos dábamos como locos en las casas de tus amigos. Cada vez que lo recordamos nos reímos siempre, con picardía, con un desenfado muy humano y podíamos sentirnos completos, tomados de las manos, tratando de besarnos como antes.
Muchas veces trate de ser valiente y conversábamos sobre tus complicaciones, y cada vez terminaba sintiéndome ignorante de todo, porque había que vivirlo nena, no era sólo un cuento de esos que yo escribía desde mi máquina con algún lujo burgués, quizás tabaco o café, o algunas veces una copa de vino tinto. No, no era eso, era algo diario con lo que tu debías lidiar, y saber, muchas veces, en realidad tomar al toro de la intolerancia y saborear tu condición con animo de boxeadora que esta a punto de perder la vida entre las cuerdas. Es una lucha real, tu lo sabes, contra la muerte, contra ti misma y contra los demás, y debes sobrevivir, porque por una razón estas respirando en los tiempos libres que te da la vida, y luego el golpe de la campana y se levanta el retador a cualquier hora, y es un peso completo que ya ha botado a todos. Estas en el rin, sólo te falta un asalto, siempre el último, y tú ya has ganado todos, pero el último es el que requiere calma, una paciencia de santo y que ya has practicado en otras ocasiones de la vida, sólo basta tener fe.
Te aconsejaron bajar a comer, y mientras yo siento un hambre de perro de la calle, voz haces tus mismas caras de disgusto y desprecio. Yo no sé que decirte, en realidad comer debería ser tan natural como respirar y no se debería obligar a nadie a respirar a menos que la persona quiera morir asfixiada por si misma; pero tu bajas resignada, pero sin animo, sin hambre de comida, y con unos deseos internos de bienestar total, que sólo puede ser un reflejo del subconsciente.
Sueño que tu vives en otra ciudad, en esa ciudad imaginaria tu ves y no tienes ni diabetes, ni presión alta y además eres feliz. Te lo comento y pensamos en el paraíso, en ese lugar sagrado donde no habrán hambrientos porque no existirá el hambre y donde no habrán ciegos, ni cojos, ni cansados, ni hombres con disnea o afecciones cardiacas, ni reumatismo, ni dolores repentinos, ni lepra, porque no habrá muerte ni enfermedad. Por alguna razón siento ganas de irme, pero ya es muy tarde, así que me quedo oyendo contigo la última película de la noche.

3 comentarios:

Dorian Lima dijo...

Mano
Para servirte.

MarianoCantoral dijo...

Inteso mano, intenso.

Lester Oliveros dijo...

A sus pies, señores. Un abrazo para los dos, nos vemos en la Sinagoga el Saturday Saturno Salute!

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