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martes, 4 de octubre de 2011

CRÓNICA DE UN DOMINGO EN PANAJACHEL 2/10/2011

A, B.B.
          

     Desde hacía una semana en mi mente se repetía un nombre de mujer, el agua del lago de Atitlán y el sentimiento multicolor de todas mis memorias en aquella parte del mundo. Íntimos momentos con todo y el sabor de la duda ante una vida que empezaba y prometía ser desde ese instante una ruta de brillantes descubrimientos.  Todo eso era literatura. Yo estaba en realidad acostado en mi cama en esa casa grande de Sacatepéquez. Me levanté, tomé el desayuno y avancé hasta la puerta con la idea de que antes de las siete de la noche debía estar de vuelta para estar a buena hora en la escuela donde trabajo. 
En el bus aún no sabía que debía transbordar cinco veces antes de llegar a mi destino. Iba sólo con un paraguas y un libro de Oscar Wilde que ya llevaba a punto de terminar. En todo el viaje hablé con mis vecinos y les hacía preguntas. Estaba contento de por fin salir de todo. Panajachel se me imaginaba como cuando era adolescente, un pueblo con un lago precioso, pero luego entendía eso que he ido comprendiendo en Ciudad Vieja, los pueblos son la gente. La gente de de los pueblos no ven con buenos ojos a los visitantes a menos que lleven buenas noticias o puedan mover hacia el futuro sus cimientos. Siempre es gente que está debajo de la tierra la que habla. Los pueblos están hechos de gente pulverizada y de transparentes presencias que les dan nombre a las cosas.  Pensando todo esto llegué a Los Encuentros. Tomé el bus para Sololá y de Sololá el de Panajachel. Un acantilado tan espectacular no he visto jamás ni en la ficción. La naturaleza es violentamente hermosa. Al llegar por fin a la entrada de la Calle Santander me quedé como perdido. Ya tengo mis años y nada cambia, la misma calle, el mismo movimiento de extranjeros y el brillo del sol enorme al medio día y un leve viento de noviembre adelantándose desde ese extremo del lago. Lo primero que hice fue llamar a mi amiga por facebook a la que había invitado a almorzar conmigo. No respondió a la primera y tercera llamada. Me fui para el lago y lo toqué repitiendo una oración secreta que solo él y yo sabemos. Acá estoy, mitad de agua y mitad de polvo, mitad de razón y mitad de espíritu puro, solo de nuevo entre el aire de Octubre, lleno de furia y con mi ropa color verde, veo tus márgenes lago, mi lago niño, el lago que me regaló la adolescente que se tiró conmigo a nadar aquella Semana Santa, el lago donde leí un primer poema, el lago donde con lentes oscuros ella me dio un beso con todo el deseo de las mujeres de Venus, hoy estoy acá lago y te veo vibrando con toda tu extensa sensualidad. Regresé a la Santander con los zapatos mojados, con unas ganas locas de comprar una calzoneta y meterme a nadar un rato. Pero me ganó el deseo de saber de la usuaria de facebook y me metí  a un café internet. Ahí me respondió. Nos quedamos de ver dos horas después.
Nos vimos. Ella muy seria, pero idéntica. Yo sonriente le recordé que si no le gustaba la Santander podríamos ir a tomarnos un café a cualquier otro lugar. Me miró y me gustaron inmediatamente sus formas de ser. Nos sentamos y pidió un café parecido a un helado, yo un café con leche para que se me quitara la somnolencia por dormir mal por más de una semana.  Era muy dueña de si misma, con una forma muy particular de comprensión del tiempo. Casi me ordenó que no me fuera a las cuatro, como yo había pensado, sino a las cinco, para recuperar una hora perdida. Fui franco y me reí de gusto. Me gusto su forma de ser, parecía que era muy ella misma y además muy inteligente, no por manosear el tiempo, sino por reírse de todo como yo. Aunque en el fondo tuviera una seriedad congénita heredada quizás de su padre, de quien me habló dos o tres anécdotas.
Terminé quedándome en Panajachel.  Hospedado en un hotel de mi predilección en mi adolescencia. El hotel Quetzal. Veinticinco quetzales la noche en una habitación triangular que me gustaba mucho y donde en esta ocasión terminé de leer El Retrato de Dorian Grey.
Fue divertido todo, hasta el susto. Pues por la noche hubo un derrumbe y por eso más de siete personas estábamos a las cuatro de la mañana parados esperando un bus que no llegaría. Pensé, ahora si ya me llevó la que me trajo porque no tengo el teléfono de la escuela y luego van a decir que no les avisé nada.  Una noche antes había empezado la feria de Panajachel. La amiga que me había cambiado de nombre, que me llevó a la iglesia a ver un colibrí perdido entre los andamios más altos, me aconsejó irme a dormir. Pensé en todo. En dormirme temprano. En levantarme a las tres y media y en poner la alarma, además de decirle a la señora de la casa que me despertara. Y ahora eso. Hice una oración después de mucho tiempo.
Al rato aparecieron las luces altas de un bus que nos llevó por un camino extraño hasta que llegamos adelante de todos. Llegué cinco minutos antes de que dieran las siete y media. 
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viernes, 29 de abril de 2011

DIEZ GUIAS TURISTICAS DE ZACATEPEQUEZ

Ciudad Vieja

Ciudad Vieja es una cúpula blanca, tan blanca que en días nublados la iglesia parece parte del cielo, entonces el parque realmente flota y el alcalde tiene que pedir agua para tomarse tres tragos y, dejar que pasé el susto. El parque es íntimo. Es, además amplio y con bancas de concreto y faroles pequeños; de vez en cuando pasan los guardias de la municipalidad y le silban a las muchachas que se recuestan al hombro de la tarde. La primera vez que llegué al parque me encantó que desde un ángulo, detrás de la iglesia, podía ver como el sol iluminaba al volcán de Agua y lo hacía parecer como esa película antigua basada en la novela Adiós a las Armas de Ernest Hemingway. Me encantó el efecto del tiempo esa tarde de marzo. Lo tengo grabado como si fuera fundido en mis neuronas. Pero Ciudad Vieja también es la cara de todos los niños con sus nombres que estudian y van a casa con cuadernos saturados de recortes y corren con olor a ajo en medio de todo lo que hasta ahora se ha construido en este pueblo tan tierno. El río Guacalate es un río turbio y lamentable. Arriba de este estruendo de lodo y desperdicios hay un parquecito. Subiendo la cuesta varias cantinas donde los borrachos salen a la banqueta a mirar pasar gente, son cantidades, miles de borrachos sedientos pidiendo y buscando. A veces desaparecen y veo pasar mulas y caballos que se parecen mucho entre si. Hombres que desde la madrugada acarrean con su machete al viento para que los acompañe a hacerle nudos a la tierra. He visto mujeres con hijos picando piedras en los muros del desconsuelo. Sus maridos perdidos se cambian de nombre y se llaman a si mismos desde adentro. Vomitan penas, respiran alcoholes entre si, fuman nostalgias. Hay una placa que ostenta la iglesia donde hay una fecha que a todos los patojos les parece de a mentiras. Ciudad Vieja, ni es ciudad, ni esta vieja, pero fue, eso si… la primera capital de Guatemala.



Alotenango:

Alotenango se me volvió una carretera bastante larga a pie. Pero por momentos quieta y disfrutable con su aroma a puros aires espirituales. Iba eso si, acompañado de la señora y sus hijos, una señora morena y médium; los espíritus, según me dijo, entraban y salían de ella sin permiso. No me sorprendió su sinceridad esotérica, me sorprendió que me diera tanta y tan buena amistad. Pero así es, así será, Sacatepéquez. Esta mujer de ojos diabólicos pero con un corazón más suave que el centro de un mollete, camino conmigo porque me dijo que toda su familia vivía en Alotenango. Era cierto. En el camino me presentó a su padre. Era dueño de un vivero y unos cafetales, de tres perros, y setecientas plantas que daban flores todo el año. Lo encontramos frente a un volcán de tierra abonada, llenado bolsas y matando lombrices histéricas que saltaban como hules enlodados. Nos saludó lentamente, casi como si aunque estuviéramos frente a él fuéramos llegando lentamente. Era moreno y estaba sin camisa, sentado en una piedra y su mujer seguía llenando bolsas y plantando hojas verdes y retoños de los que subían hojitas turbias que exhalaban por última vez su mano de resignación. Me habló de los cafetales. Supe de su tiempo. Me habló de todo, menos de sus hijos. Me miraba bien. Le dio agua a la Dixie que ya iba tenebrosa por toda la tierra que se la había pegado en el camino. Luego nos despidió resignado y nos regaló una planta de chiles rojos.

Seguimos caminando y en unas piedras, se me dio la de hacer una fogata y calentamos tortillas y comimos con frijoles. Tomamos agua pura y seguimos caminando. Era lejos y yo no sabía que tanto. Un surtidor de agua en una finca nos baño un poco y los niños reían bajo la lluvia giratoria. Hasta que vi la gasolinera y un letrero que decía: Bienvenidos a Alotenango la tierra del mejor café del Mundo.

A la primera que me presentó fue a su mamá. Luego de pasar un chubasco repentino, caminamos hasta una tiendita oscura, desde donde vi a una mujer de edad, pero entera desde su voz hasta las rodillas. Si tenía fuertes señales del mundo en los ojos y en las manos, pero sobre todo era recia y astuta, se le notaba sin que se diera cuenta. Nos invitó a pasar la lluvia sentados en uno de sus corredores. Me miró y me preguntó que quién era yo. Le dije que imaginaba que era el bibliotecario de una escuela. Me volvió a ver y miró a su hija. Luego preferí platicar con un señor que dijo estar de luto, lloraba por todos lados y sus lágrimas eran el mezclador del alcohol que tomaba puro. Me ofreció un cigarrito de una forma imprudente y yo más precipitado lo tomé y lo encendí.
Salimos de allí y vimos, así, a lo largo de la carretera, a otras hermanas de la señora. Se detuvieron, llevaban cada una, niños en brazos. Preguntaron desde un principio si yo era soltero. Les dije que tal vez. Se rieron mucho y nos dejaron en la puerta de sus casas, desde donde vi muchos niños pequeños que eran, repartidos, hijos de las dos. Luego fuimos más abajo, pasamos un río donde no había río y entramos a una casa. Ahí estaba una mujer torteando, sumida en una humareda que parecía una pared de ojos cerrados. Ella es mi hermana, y ella es su hija, me dijo la señora y le creí hasta que está última, nos invito a sentarnos y nos dio Pepsi-Cola. La señora sonrió y mandó a comprar carne y cerró su tortillería, además nos presentó a sus demás hijas. Las dos hermanas empezaron a comentar sobre todo de su familia. Se dijeron en broma y en serio de todo. Pero conservaban la cordura de que había un visitante. Me contaron cosas de ellas cuando eran niñas, riendo como si nada. Cosas terribles y dulces. La carne se asó. Las tortillas doradas eran mi locura. Ensalada de pepinos y tomates, cebollas escabeches, pero llorando. El humo de leña lleva espinas etéreas.

Me gusto mucho el viaje. Contamos que habíamos llegado a pie y la mujer, la hermana, la madre, esa mujer que torteaba y tenía una cintura de tres cinchos grandes, nos recomendó tomar el bus con un billete de a veinte. Ninguno lo tomó. Nos despedimos y al salir éramos cómplices para caminar de nuevo y bebernos el sol de postre como un majar final, antes de entrar con dicha a las calles húmedas por mangueras que rociaban agua sobre el aserrín de las nuevas alfombras de esta nueva Semana Santa.



Antigua

Antigua es una ciudad formal. Colonial, pero dura y formal. Fundada sobre piedras y envuelta en piedras.

En Antigua esa noche era un barco en medio de una lluvia.

Las alfombras hechas unas horas antes, luego de la microtormenta estaban deshechas y era lamentable. Nosotros, hermanos de Noé, sembramos vides y bebíamos hasta desnudarnos en las calles brillantes. El vino brotaba de las paredes y bajaba hasta la garganta y luego se iba. Esa madrugada, ustedes ya saben como es Antigua, no tengo que contarles todo. Conocimos a una dama. Charlotte nos regalaba cigarros, y esa chica coqueta nos daba ron de un vaso, con una cucharita roja. Ustedes ya saben como es antigua, no tengo que contarlo todo. Conocimos otra madrugada mojados en la fuente.

Parramos

Parramos es el único lugar donde la jefatura de policía tiene barrotes en la puerta y una trinchera de costales de arena. Pareciera que es una guarida de gente dura. Pero no. En el parque uno se da cuenta que los que están un poco dislocados son los policías. Es un pueblo bueno con gente alegre.



Dueñas

No conocí a fondo dueñas hasta que vi una de sus muchachas. Sus ojos eran el parquecito abierto y su cuerpo era ondulado.



Pastores

¡Botas con piel de tigre de Bengala! Vayan a Pastores.



Santa Maria de Jesús

Ya hacía unos años que no iba a Santa Maria de Jesús. Recordé que subí cuatro veces el volcán de Agua. Es un pueblo raro, como sumergido en algo parecido al agua, como sumergido, bañado en algo parecido a un vientre, es como una mujer virgen, huele a leche y miel con su Horeb a unos cuantos suspiros.



San Pedro las Huertas

No era para contarles, pero al fin, lo mejor de San Pedro son las gringas borrachas tratando de quitarse los zapatos al borde de una cama en un hotel de paso. Eso dicen mis amigos. 



Jocotenango

En Jocotenango hay un poeta que vive en una escuela. Lo más increíble del asunto es que es un poeta de verdad. No he conocido más poeta que este. Habla con Dios por su teléfono Motorola y las mujeres hacen cola para que les de la bendición. Suda poesía este poeta verdadero. Miente como todo poeta y viaja de vez en cuando como todos. Pero a veces este poeta hace que la ciudad de Jocotenango recuerde a otros celebres habitantes, inquilinos, hijos de esta tierra, Rafael Romero y a Ricardo Arjona, perdonen uno y otro que los ponga a la par. Fernando Moreira es de quien les hablo.



San Juan del Obispo

Además de ser la Itaca de Luis de Lión, San Juan del Obispo es pura materia. Sus portales, sus calles y sus balcones guardan una historia que me contaron. Quítese usted el sombrero de adulto y póngase el gorro de niño y vera que las cosas son tan simples que a veces dan ganas de reírse hasta de lo más triste. Ponga usted a dos enamorados, supongamos que se casan y se van a vivir juntos. Supongamos que a los tres años, uno de los dos encuentra otro amor. Pero hablamos, según dicen, de un amor verdadero dentro de otro amor verdadero, en síntesis, el hombre tiene a dos mujeres viviendo en el mismo pueblo. Imaginemos que la primera ni se entera porque el sigue fiel a todos sus caprichos de alcoba y además se preocupa sin medida de sus dos hijos. Supongamos pues, que todo marcha bien en los dos hogares, hasta que una vecina, ya sabe usted eso de que pueblo chico, pero la vecina solo cuenta lo que ve, usted sabe. Hasta que el hombre es confrontado. Siente que se le junta la tierra con el cielo. No haya qué hacer. La segunda mujer empieza a extrañarlo y la primera a despreciarlo, hasta que, usted ya sabe. El hombre se desespera porque se da cuenta que no quiere a ninguna, las ama a las dos y eso es una agonía. Así que deja un papel con instrucciones. Nadie nunca supo si parte de su poca herencia o algo más intrigante. En un completo desvarío, va a un hotel de la antigua, al hotel el refugio y después de pensarlo mucho acompañado de una botella, se quita la vida. Eso cuentan en San Juan el Obispo, pero nadie dice nada recio. La carta fue encontrada por las dos mujeres en la cama y destrozada a cuatro manos.

Lester Oliveros
Antigua Guatemala,
Café No Sé, Abril 2011

miércoles, 6 de octubre de 2010

TU CORAZON FLORECE/CRONICA


Pana existe, lo que ya no existe es el lago.
Vemos pasar con Tití a tres coreanos con grandes cañas de pesca y uno más joven conduciendo su bicicleta con cuatro pescados con un hilo entre las agallas. Los pescados son verdes y tienen tres ojos, el tercer ojo que tanto predijo Lobsang Rampa. Dicen los habitantes de Panajachel que se oscurece la mente al comer pescado con tres ojos.
Recuerdo brevemente la noche de la Calle Santander, los pocos lugares abiertos por la falta de turistas. Nuestro fallido camino al lago, y desde ese café Sunset, ver en medio de la oscuridad una fila de bejucos naciendo del agua negra. El encuentro de nuestras miradas en el restaurante fantasma donde los únicos comensales éramos nosotros. Lo recuerdo de día, recostado sobre la cama del hotel. Recuerdo, le digo a Tití, los caza-sueños colgados del techo, y el asombro de los dos al oír música romántica mientras observamos sendos platos con todo lo que nunca nos imaginamos. Incluso vemos el decorado: flores del paraíso hechas con rodajas de zanahoria y remolacha sobre una base de pepino. Encantados empezamos a comer dándonos mutuamente comida en la boca y degustando un vino de caja estupendo. El amor no se puede explicar, pero lo que tengo bien claro es que si dos se quieren profundamente, la fortuna les acompaña. Dormimos recónditamente luego de un cigarrito con todo el ritual que le antecede.
A la mañana siguiente, fuimos a ver el lago. Cantidad de peces pequeños desbordaban hasta la orilla, tan crecida que casi tapaba las torres de los salvavidas. El agua era verde y las algas no se veían. Una docena de peces hurgaba el agua cuando les tiramos pan. Nos tomamos fotos todavía. Luego fuimos por nuestras cosas al hotel para llegar a tiempo a Sololá para el festival Tu Corazón Florece.

II
Cuando llegamos a Sololá tuve el agrado de conocer a Ángel Poyon. Joven pintor de Comalapa. Me contó de la gran sorpresa que se llevó al ganar el Juannio, y que su trabajo es de línea directa con los primeros pintores del lugar, que además son famosos. Tití iba vestida con un corte rojo fuego, una blusa blanca de hilo, una chacana con los cuatro puntos cardinales del cielo, y en la mano su cámara de 3.5 megabites. En un momento, se metió entre toda la gente hasta llegar a la primera fila, y luego la vi perderse y saludar a su gran amiga Rosa Chávez en el escenario, poeta y organizadora, que conocía directamente a la familia Guarcax. Radio Ati cubría el evento por radio y televisión, así como varias televisoras independientes, entre ellas TVMaya. Carteles de colores con la fotografía de Lisandro Guarcax adornaban el frente del escenario. Puede ver, desde la grada, atrás de todo el mundo, las diferentes bandas de Hip Hop y Rock que cantaban en kaqchikel o tzutuhil. Jessica Masaya y Ranferí Aguilar se acercaron a saludar. Horas después pude darme cuenta que el proyecto Hacedor de Lluvia es fabuloso. Hacía entrar en trance cósmico a todos, y esa intervención, de una canción que llevaba el nombre del proyecto, interpretada sin un instrumento, más que sonidos del cuerpo y un par de bolsas plásticas.
También cantó Neco de La Tona que andaba con un sombrero de Indiana Jones y una sacola larga como de asesino de vampiros.
Esperamos mucho para ver en vivo al grupo Soltz`il. Ya Tití me había hablado mucho de ellos, pues también los conocía de antes. Eran casi las cuatro de la tarde. Una nube gris cubría todo. Desde donde estábamos podíamos ver muy bien los barriletes gigantes del escenario, a la Rabín Ajaw presentando al grupo y, en eso un estruendo. Sin palabras. El latir del corazón del tambor. Instrumentos hechos por ellos mismos para la guerra. Tambores de varios tamaños. Sonidos de pájaros buscando su rama, jugueteando antes de anunciar la noche. Tambores bombos que sonaban entramados al final del grito. Grito prolongado de animales terrestres iracundos, reclamando con sus colmillos, garras y estridencias sonoras la devolución de su propia paz, de cada pedazo iluminado de su hermano muerto por las manos de la injusticia. Tambores sonaban con fuerza. Sonoridades variables. Se acostaron al suelo, se hincaron, no dijeron una sola palabra en el furor de la tarde nublada. Pude presenciar la furia interior como un ritual para matar con su arte de luz a las sombras de la memoria. Lisandro miraba el fuego y el lago como en sueños y cada tambor y cada sonido del grupo lo hizo presente como un manojo de luchas gritando siempre como un chisporroteo del fuego. Fuimos a dar el pésame a los padres de Lisandro y me di cuenta que ahora, como por encantamiento, el papá se parece tanto a Lisandro y no al revés.
El embajador de Noruega Lars Vaagen. Un hombre alto, parecido al actor Jean Dean, caminaba por la calle distraído, sin guardaespaldas ni parafernalia, que hasta pasaba desapercibido. Cuatro meses antes, un grupo de artistas guatemaltecos fueron a Noruega a un festival, que imagino grandioso, después de lo que presencie. Lisandro Guarcax iba en el grupo que fue a Noruega. Supe que el embajador estaba apoyando a la familia. Estaba con ellos desde un día antes del festival Tu Corazón Florece.
Todo se desarrolló de una forma hermosa. Yo no lo conocí, pero me adherí a su memoria y su arte. Tu corazón florece en cada sonido de tambor y citara nativa de Sotz´il amigo Lisandro.

III

Esto sólo puede decirse de esta forma. El regreso fue mítico. Sorteando la bruma espesa, como si fuéramos viajando a través de nubes, viajando al riesgo de caer siempre caer. No mirábamos nada. El carro de Sandra iba lento. Tuvimos que empezar a cantar cancioncitas para niños. Íbamos cantando los elefantes se columpiaban sobre la tela de una araña, pimpón es un muñeco, amigo Fénix cuando llegues al cielo, en el bosque de la china, y todo para bajar la presión de lo insólito. Un camión en un desvió, dejó que pasáramos para seguirnos, estaba perdido el conductor. Los derrumbes por un lado, y sin carretera del otro. Íbamos leyendo cada letrero, cada señal, cada flecha a los desvíos, que por suerte estaban puestos correctamente. Iba asustado, pero tomado fuertemente de la mano de Tití. Recordamos la canción de The Smiths: There is A light That never goes out. Nos besamos. Salimos, después de momentos críticos, de la inmensa nube blanca o gris y seguimos cantando otras canciones, hasta llegar a las rancheras y reímos un poco. Gracias vida.

Leste G. Oliveros
Fotograía:VICTORINO TEJAXÚN

La autoridad de la barbarie

Me ha parado la policía: ¿Documento de identificación? No lo traigo, respondo. (Los dos oficiales muy serios), uno de ellos alza un cuader...