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viernes, 13 de enero de 2012

IMAGINACIÓN Y CREACIÓN POÉTICA

El sol radiante le quemó los ojos. Estaba ahí parada viendo directamente al sol, sin pestañar. Le gustaba ver el aro incandescente y como sus ojos toleraban el fuego brillante hasta que miraba solamente un aro blanco definitivo que la cegaba por unos minutos para ver lo demás del mundo. Era natural que sonriera. Le gustaba todo lo que pasaba en el cielo.
Habana tenía solamente siete años. A los siete años encontró divertido coleccionar arañas, hormigas y pequeños escarabajos en el gran sitio donde vivían en cada cuarto diferentes familias. Se divertía viendo las diferentes formas de las nubes y también miraba atenta, tirada sobre el suelo, los grupos de zopilotes hacer y deshacer triángulos imaginarios. Era curiosa, mucho más curiosa que ninguno de los que había conocido en las escuelas donde trabaje por años. Por eso le prestaba libros de aventuras que leía con un gusto de otro mundo, en cualquier lugar.
La encontraba a veces sentada en la puerta de su cuarto, bajo el aguacatal, en la calle, mientras los demás jugaban a la pelota o las mujeres iban por el pan y se quedaban hablando en las esquinas como perdiendo el tiempo. Me devolvía los libros en una semana y me miraba con su carita de poeta, buscar otro libro en mi desordenado cuarto. Le había prestado los clásicos juveniles desde José Milla hasta Julio Verne. Pero una tarde que llegó a devolverme Corazón de Edmundo D´amicis, tenía a la mano Crimen y Castigo de Fedor Doestoievsky, de pasta dura y con la buena suerte de ser el libro donde había encontrado un billete de diez dólares luego de comprarlo por nada en una venta de libros usados.
Me quedé tratando de leer de nuevo Las Venas abiertas de América Latina, imaginando a Galeano escribir con sus manos largas y su cara de arcángel. Vi para la ventana de Habana y había una luz al ras del suelo que salía por la puerta. Estaba leyendo y ya eran más de las diez. Se podía oír todavía el martillo del zapatero y más allá, unos gemidos furiosos de una pareja de novios que acababan de empezar a vivir solos. Había leído Crimen y Castigo de joven, pero lo había leído por episodios. Por alguna razón perdía siempre el ejemplar. Lo perdí siete veces. Hasta que un compañero de clase me facilitó una copia de su padre. Era un ejemplar muy viejo que además tenía una parte de los Hermanos Karamazov. Esos recuerdos me gustaban muchísimo porque podía imaginar el gozo interior que Habana estaría sintiendo al imaginar, con su capacidad imaginaria, de nuevo al viejo personaje de un Doestoievsky enterrado en algún lugar de Rusia.
Oí pasos cautelosos, pero ya sabía que había una mujer y su hijo grande que robaban de los costales que muchos comerciantes guardaban en el suelo del terreno. La mujer era simple, con un carácter mundano y parecía no darle importancia al hecho de vender a sus hijos, o eso era lo que oíamos de la gente, y la verdad si la habíamos visto embarazada un año antes y luego, en los meses que pudo estar en el hospital, sabíamos que su hijo robaba para vivir. Hasta que la vimos llegar sonriente, pero sin hijo. Sonriente, con una bolsa gigante donde llevaba pan y víveres, entonces las mujeres que se paraban en las esquinas por la tarde empezaron a comentar que una mujer a la que se le muere un hijo no vive feliz como ella, y que tal vez no era cierto. Era lo más seguro, que su hijo hubiera muerto en la cesárea. Me acordaba entonces que debía empezar a documentarme para escribir la biografía de un adinerado doctor de 70 años que se había encontrado pintando, unos años antes unos paisajes dementes en un prestigioso sanatorio. La familia me iba pagar muy bien por retratarlo como un genio.
Salí a fumar para que la mujer y su hijo pudieran irse a dormir con la imposibilidad de seguir sacando cebollas, huevos y aguacates de los costales. La noche era oscura y se podían ver las estrellas enajenadas por la innumerable bastedad del cielo. De pronto sentí que me alumbraron con una linterna.
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http://www.celtiberia.net

jueves, 12 de enero de 2012

DRAKAN


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Había una vez un ser humano que se creía Dragón de Fuego y al mismo tiempo serpiente emplumada. Drakan era su nombre, de día veía oscuro y de noche la luz lo adormecía. Su conocimiento en todo lo que entra sale; de lo que sube, baja; de lo que va y viene; de lo que se calienta se enfría o de todo lo que regresa se vuelve a ir, era absoluta. No podía ocultar el sol con un dedo pero a la luna la detenía con dos manos. Decía que cuando dos se aman, nace una nueva religión apócrifa.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pueblo y Ficción

Este pueblo del futuro es un embrión haciéndose. Todavía lo más moderno es un celular y la luz eléctrica. Se respira ese aire sin ruido ni la violencia de las esquinas. Todavía por las noches los niños juegan a media calle y los jóvenes, sin preocupaciones, se sientan en las banquetas mal iluminadas a ver pasar a la gente. Rostros honrados, de gente que en lugar de lucirse caminando, va como si quisiera esconderse en el aire de la noche. Los más viejos, los que han visto como la modernidad le puso canales a su silencio y las ondas Hertz pasan invisibles mientras ellos apagan las luces a las ocho de la noche como si aun vivieran sin alumbrado.
Hay un alcalde que haces las veces de presidente y un pueblo pequeño que hace la imitación extraña y desmedida de la gran ciudad. Los jóvenes, los más niños de este siglo colaboran en ese teatro de consumo.
Los más viejos han urdido una ciudad sobre una ciudad, han puesto las bases de una comunidad en la que se conocen entre todos y entre todos se engañan y entre todos actúan como si no pasa nada, ese es el primer e involuntario estigma de lo construye ese ambiente de sociedad.
La pornografía es tan lejana que hay aún un solo prostíbulo con dos muchachas que se aburren de día y de noche. El burdel se llama el Arco. Dentro hay un mostrador con barrotes como si fuera una tienda y en las paredes el único reflejo de la decadencia que se le podría ocurrir solo a un ganadero surrealista: cuatro cabezas de toro con los cuernos afilados. Una de las prostitutas, una morena de Alotenango con familiares en la costa, me dice que por eso le gusta la luz apagada, para que no se vean esas cabezas gigantes de toros mirándolas. El hombre que atiende el lugar es un blanco sin modales que normalmente les trata mal, aunque me perturbó ver entrar a su misma hija por la puerta del prostíbulo y mirarme con un unos ojos maternales de mujer de la calle.
No hay cárcel. Hay un camposanto pequeño donde empieza a duras penas a reaparecer la muerte glamorosa de los grandes panteones. Algunas tumbas están rotas y nadie quiere darse cuenta que es algo absurdo y fantástico tener una cancha de básquetbol en la entrada del cementerio.
Hay escuelas suficientes, y eso es lo bueno. Institutos y formas de ir a otras universidades. Sin embargo es caro siempre para un pueblo donde no se imaginan todavía los beneficios de una mayoría certificada para grandes puestos en ese mismo sitio. Esa es la ficción de la gran ciudad y del pueblo pequeño, la ilusión que se trazan. El sueño que les han vendido, la visión que les ha dado o les ha quitado la misma hambre de existir sobre un suelo.
Este pueblo es una copia, una mala copia de una mala copia. En la ciudad, en la alta ciudad de Guatemala se imaginan todavía que ya no son un pueblo.
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lunes, 15 de agosto de 2011

SUPERHEROES V

Un superhéroe frustrado se vuelve villano. ¿Qué de dónde nace la frustración? No se sabe muy bien el origen. Algunos superhéroes descubren sus poderes a muy temprana edad y pueda que en sus enfants fous de superhéroes tiernos cometan mil errores o, ninguno. Algunos recuerdan las culpas más que otros. Hay quienes se perdonan a sí mismos haber dejado pasar la oportunidad de ayudar a alguien necesitado. Hay quienes no se perdonan ni siquiera el no saber volar ni haberlo intentado nunca. Los superhéroes en el fondo son seres desamparados y hasta autistas, unos pobres recién nacidos con poderes sobrenaturales que les fueron dados al azar por quién sabe quién. Algunos superhéroes, desde hace mucho tiempo, vienen pensando que en lo único que hay que creer en el fondo es en la justicia. No hacen las cosas por ser buenos. Les gusta arriesgarse para no seguirse aburriendo más en un mundo donde no pasa nada por largas temporadas.

Están los que llegan de lugares lejanos y de galaxias nunca imaginadas. Soles explosionando, luces novas consumiéndose en sí mismas a millones de años luz, vías Lácteas subcelestes, y luego de un tiempo de millones de años, sentarse en un cine a ver Harry Potter por matar el tiempo pueda ser angustiante de una forma inimaginable. Los superhéroes se frustran por cosas que para ellos son imprecisas. Pero pueden llegar a volverse malos por la misma emoción con la que Superman exorciza el mundo al ser galante con Luisa Lane. El amor salva a los superhéroes aburridos y todo poderosos de volverse villanos. Eso sí lo han aprendido muy bien. Compartir un planeta en armonía, lejos de la guerra es lo ideal.

Todo superhéroe es un arma de guerra galáctica, están imaginados para los desastres completos del universo. Cada superpoder tiene que ver con una visión de preservar el orden del caos universal. Quizás por eso la superheroína Jean Grey de los X Man logra finalmente destruirse ante su propia bipolaridad de villana.

Los villanos son seres incapacitados para el amor. No entienden a la raza humana. No se confunda un anti –héroe con un villano. Un villano reacciona solamente para el mal. Los villanos son en el fondo seres muy tristes que por sus poderes mal entendidos sólo buscan la muerte para sí mismos.

Las heroínas son fascinantes cuando logran encontrar una ocupación sentimental. Hacen cosas tan tiernas como tarjetas de papel construcción con imágenes de corazones y flechas griegas para San Valentín.
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miércoles, 10 de agosto de 2011

A WENDY C. UNOS MESES DESPUES...


Fue una tarde en familia, en la que vi por primera vez el drama romántico de aquella pareja de novios, en la que la fatalidad determina la vida de la novia en una infeliz enfermedad que deja inconcluso el amor de uno por el otro. Luego, años más tarde me enteraría que aquella película bárbara estaba inspirada nada más y nada menos que en la novela más famosa en Latinoamérica hasta entonces, escrita por el colombiano Jorge Isaacs: la novela se llama Maria. Nunca la quise leer, pues con sólo ver esa mala película pensaba que el libro era una barbaridad anti romántica y terriblemente intrigante. No la recomendaba para lecturas y no hubiera coincidido en hablar de ella nunca, de no ser porque ahora mismo, 9 de agosto del año 2011, exactamente a las 8:40 minutos, terminaba de leer en la página 548 de la biografía de García Márquez, enorme y sagradamente perfecta de Gerald Martín, un dato sobre una telenovela basada de nuevo en este libro proscrito para mi y además, darme cuenta, así de pasadita que yo mismo había vivido a mi manera una historia inmensamente similar sin haberme dado cuenta hasta hoy.

Hace poco, por medio de Facebook publiqué una foto de mi ex -novia Wendy C., una chica de esas maravillas que andan por la calle y no saben que una noche platicaran con un debutante a escritor bastante mafioso y guerrillero. Tengo que decir que fue extraordinario porque ella misma era talentosísima para los números y debió, a pesar de su ceguera, ser una de las matemáticas más virtuosas que yo jamás he conocido, pues podía memorizar y hacer cálculos hasta de diez cifras. Había tenido un novio cantante según me contaba en sus ratos de nostalgia pura, sentados los dos en sillas de plástico en la terraza de un hotel a siete kilómetros donde ahora mismo me encuentro, es decir: en Antigua Guatemala. Me hablaba de cuando el joven empezaba a cantar y de su debut sobresaliente en el ambiente pop de la música. Yo mismo me sentía muy extraño de que en mi mismo fuera pasando lo mismo que con aquel cantante. Wendy fue la primera que oyó un mal cuento mío, un mal poema mío, un mal ensayo mío. Me escuchaba con un silencio pensativo y aquello era oro puro. Luego me decía que debía publicarlo y yo lo tiraba, y recuerdo que le decía que pronto lo haría. Cosa que nunca pensaba hacer. Hasta que me cayó el veinte de entrevistarla una noche. Fue también en Antigua, en una habitación amplia con una hermosa vista a los volcanes de Fuego y Acatenango. Me contó todo sobre su enfermedad, o complicaciones como a ella le habían explicado que se llamaba aquello: diabetes, insuficiencia renal y quién sabe que más con todas esas botonetas que se tomaba en grupos de dos pastillas cada ciertas horas. Todavía conservo el cassette.

Pensé bien las cosas y una noche le dije que tenía que terminar aquello. Era algo hermosamente inverosímil, quizás absurdo, pero por lo tanto, arriesgado e infinitamente erótico. La muerte y el amor siempre son un buen tema para dos amantes. Eros y Tanatos. De no haberme confesado sinceramente, estoy más que seguro que me habría matado por ella.

Recuerdo una noche en que caminamos un poco por algunas calles de Antigua y yo le hablaba de la muerte con tanta seguridad sólo para convencerla de que no era tan malo irse. Me duele tanto haber sido tan inventor, aun cuando yo mismo de recién nacido pase por las ventanas de la misma muerte. Luego cumplí lo que tanto mencionaba. Pero cabe decir que nunca tuve ocho años de tanto cariño y de tantas contradicciones. Vuelvo a ver siempre que me levanto de una banca en algún parque porque tengo miedo de dejar pegada mi alma y derrumbada mi conciencia. Aún la recuerdo parada en ese portón negro, esperándome sin verme, sólo buscando con su olfato privilegiado mi olor a vinagre y miel que se me escapaba todos los sábados por la tarde.

Una aventura que no puedo dejar de escribir es la de el restaurante chino Río Perla frente al Palacio Nacional. Después de eso el Río Perla fue lo que significó para todos. Una tarde, luego de que yo peleara con los merólicos y falsos predicadores del Parque Central, encontramos a Javier Payeras, el novelista y poeta que hacía unos meses me había dado un buen recibimiento en la zona 1, y por lo tanto lo invité a un par de litros precisamente en el restaurante citado. Iba también Aníbal, un tipo histriónico por no decir re-chingon. Javier es cínico y carismático y la tarde fue de risa en risa, entre otras cosas porque yo iba vestido con una pijama azul de plumas de ganso y parecía extravagante con mi pantaloneta rota y mis botas Rino y era escandaloso en mi atuendo y la compañera que ahora presentaba a los dos. Wendy empezó a platicar con toda propiedad por un buen tiempo, hasta que todos nos reíamos de dos guardaespaldas que ya borrachos bailaban pegadito agarrándose de las pistolas para no caerse. Ese cuadro fue celebre por el centro por un tiempo y con Wendy nos reíamos muchísimo por nuestra nueva posición de celebres escandalosos.

Pero no fui a su velorio. Habíamos hablado una noche de tantas que no iría a su velorio ni a su entierro ni a ningún hospital del mundo donde la tuvieran como muñequita deshilada. Se lo prometí porque le dije que en toda la vida que habíamos vivido lo único que importaba era la vida, no la nostalgia, ni compartir tristezas con parientes que en realidad no compartieron nunca ni la mitad de todas mis alucinaciones perpetuas por ser libre.

Ahora son las 9:04, y recuerdo su risa franca y melódica, sé que esta pensando en mí ahora mismo a través de todos los espejos de esta hiperrealidad fantasma y sabe ahora mismo que seguimos viéndonos por medio del arte. Todavía no sé en que cementerio duerme su cuerpo, pero es hora de leer Maria de Jorge Isaacs, solo por despertar el cariño y el perdón a los autores profetas que uno odia.

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La autoridad de la barbarie

Me ha parado la policía: ¿Documento de identificación? No lo traigo, respondo. (Los dos oficiales muy serios), uno de ellos alza un cuader...