martes, 9 de abril de 2024

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra Pound. En el libro no enseña a escribir concretamente, sino a leer, y este empieza a contarnos sobre las lenguas primitivas de África, hasta llegar a un pequeño ejemplo sobre los sencillos, pero vivos significantes de los ideogramas chinos, que, al contrario de los egipcios que buscaron decir sonidos, aun ahora los orientales prefieren explicarse con imágenes, el dibujo de un objeto. En otros tratados hablan de que hasta la presión del pincel puede agregar acción a lo dicho en el dibujo. No podía ser de otra forma al ver los dibujos de Payeras, abstracciones, sketches, quizás liberadores luego de la inconciencia que deja caminar por la ciudad de Guatemala, marcada por todos nosotros: carteles rotos de una historia pasada, grafitis borrándose en el transcurso de los transmetros, teléfonos descolgados y semáforos apagados; hasta recuperar tal trazo, tal color, tal desafino armónico en sincronía con la poesía más urbana. En otras palabras, en los dibujos de Payeras puede existir un lenguaje que diga de forma arbitraria, pero específica, nuevas ideografías o una abreviación novelada, donde cada página sea una historia en busca de un intérprete, adivinar será posible. Hace años también, leí Territorios, un libro donde el argentino Cortázar escribe sobre sus amigos de todos lados que crean arte, y entre ellos Julio Silva dice “…mira che, hay que dejar que la mano haga en paleta, el fin nunca será indecente”. En un futuro, cuando se encuentre la amistad con la esperanza por el arte en Guatemala, esperamos ver estos dibujos en un libro con el papel correcto. - Exposicion Javier Payeras Galería Punto D Contemporáneo en Ciudad de Guatemala 8 Calle 6-06, Cdad. de Guatemala 01001

domingo, 7 de abril de 2024

Mosquitoes

Aprendí a dormir como caballo o bovino, o perro, puro animalito de costa. Los mosquitos rondaban mi oreja con su ronroneo gatuno, y en ocasiones, ya dormido, con mi mano haciendo las veces de cola, los tumbaba, y seguía durmiendo, hasta el rato que volvía con una necedad en celo, y entonces pasaba que por suerte lo atrapaba y lo aplastaba a la cama, y dormíamos por fin humanamente.

Sin nombre era ella.

Pero seguiré mi viaje por la noche contra viento y marea por cuatro caminos y los encuentros y recordaré La Máquina y a ella volando como golondrina porque no se su nombre todavía solo he visto su mirada cristalina autentica majestad. Me da justo rufinos barrios billetes morados con un desapego desinteresado y proverbial. Es bonita. La veo pasar volando en su moto Va y sonríe. ¿Quién será? Una mariposa, una ninfa, un hada, una ángel. Me gustaría regalarle por lo menos algo que lleve siempre con ella alguien con un mundo o un llavero de estrella de mar. Este poema Pero yo seguiré mi viaje por el día ya recordaré de noche La Máquina Y a ella volando como una golondrina. Oliveros/La máquina Suchitepequez.

martes, 3 de octubre de 2023

La autoridad de la barbarie

Me ha parado la policía: ¿Documento de identificación? No lo traigo, respondo. (Los dos oficiales muy serios), uno de ellos alza un cuaderno y me pide mis datos. ¿Nombre? Respondo: Mario. ¿Apellidos? Contesto: Vargas Llosa. El oficial cierra el cuaderno, y se despide con una mirada inteligente, de terrible advertencia y oscuros presagios. Le digo a mi mejor amigo, matándome de la risa: ¡hermano, si el Nobel supiera que lo ficharon frente al mercado Colón! (Y así con otros colegas guatemaltecos, o españoles, hasta Cervantes)

Que se hace cuando se termina un libro

Mario Vargas Llosa estuvo viviendo en Londres, luego de haber vivido en Paris un periodo largo. Estaba enamorado de esa vida romántica, intensa, esa vida liberal que solo puede llamársele boheme, aunque Vargas Llosa siempre dijo que no congenió nunca con ella. Sin embargo, después de salir de Lima, luego de publicar Los cachorros, logró lo que tanto había deseado: quedarse en Paris. En esa época estaban también varios escritores viviendo en aquel centro de cultura cosmopolita: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Nelida Piñon, Cesar Aira y alguno que otro músico o pintor jugándose la vida bajo la torre Eiffel. En realidad cuando vivió en Londres tenía tirada una novela que no sé si ya se llamaba la Casa Verde. La gran Carmen Balcels, le mando una carta a Llosa en la que le preguntaba que cuanto ganaba de traductor. El le respondió luego y ella le pidió que siguiera escribiendo La casa verde, y que le iba a dar mensualmente quinientas libras. Así fue como se logró esa novela. Las travesuras de Lily, la comandante Arlette, Madame Arnoux y los demás nombres que está mujer singular fue adoptando, cuentan una historia autobiográfica que contienen otra historia dentro de la historia. Ahí va mi recomendación de una novela singular: la historia de Otilita, esa pobre niña súper talentosa que se inventó lo que fuera para salir de Perú y llegar a Paris, seguir para Cuba, regresar a Paris, luego viajar a Londres, luego Tokio y así sin más, dejando al pobre Ricardito con la baba en la mano, cada vez mas enamorado y destruido. Pero todo para contar un amor terrible que en la última página se resuelve en memoria feliz de una vida común y, a la vez, singular. Y por último. Este libro estaba en el lobby de Santillana. Una tarde, luego de perder mi libro de Lord Byron en manos de una desconocida que creyó que conocía muy bien. No tuve más que prestar ese libro que pasó semanas ahí para los visitantes, que inmediatamente lo dejaban de nuevo en la mesa, quizá sorprendidos de improviso por sus escenas explicitas de un amor desaforado que no le restaba nada a los detalles. Ese libro prodigioso me lo recomendó… una bella terrorista. Lester Oliveros.

UN HOTEL DE 150 AÑOS

Después de 150 años, en pleno siglo XXI, El Gran Hotel se levanta en la 9na. Calle y 8va. Avenida esquina. Sigue siendo ese elegante inmueble que imaginara de una forma tan vivida el propietario alemán don Enrique Richtter. Aun en está época que hace culto a lo breve y desechable, muchos visitantes se admiran de que por dentro aún se conserven en buen estado los frescos del artista Roberto Ossaye. Murales de 1881, fotografías que se han rescatado afanosamente de periódicos antiguos, textos, monedas, rostros que marcaron una época gloriosa que aun es recordada por abuelos con los ojos brillantes de magia y romance, el mismo gusto de haber participado en esas expediciones por el interior de Guatemala y regresar en tren y luego subirse a un carruaje de caballos lustrosos, todo un cuadro impresionista que Camile Pizarro habría pintado con sus brillos más precisos. El Hotel San Carlos, El Gran Hotel, fue un punto de glamour y reunión de lo más selecto, no solo de Guatemala sino de varios lugares del mundo. Cantinflas hizo presencia imborrable. Otros huéspedes como María Félix, Pedro Infante, Libertad Lamarque, o el trío los Panchos. De la sociedad guatemalteca el celebre Carlos Mérida era asiduo junto a actores de teatro, músicos y arquitectos con un gusto refinado. Las fiestas eran de gala y toda la fortuna del instante se dispersaba a manos llenas, era una sociedad, en aquel entonces asimilando lo mejor de Europa. El mismo Gran Hotel conservaba matices franceses y por dentro una arquitectura sobria y de buen gusto. Del lado del café, está el ingreso al salón Oro, donde han estado grupos nacionales y extranjeros. El segundo nivel, bautizado como la Suite, es un área que se solicita para recepciones y eventos culturales. Desde la Suite se puede apreciar muy bien el salón Oro en sus noches de conciertos o presentaciones. El Gran Hotel es un lugar místico, exótico, histórico, tanto adjetivo no puede aún captar todo el contenido. Dicen que espantan, que se mueven las botellas, que chocan las copas, toda la Historia se subleva de repente, y no se asuste si una sombra lúdica le sirve un cóctel

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Todos mis amigos. Soda Estéreo (Último Concierto 1997)

Con el lodo hasta las rodillas regresamos un día, era 14 de septiembre supongo, y Héroes del Silencio dio su primer concierto en Guatemala; imagino yo, ignorando que la plaza de toros acá, sería un pantano a las once de la noche. Mis amigos entonces eran los de la cuadra de la zona cinco. Nunca hubiera imaginado a Miguel, un cuate bastante voluminoso, saltar de pared a pared, para entrar gratis al concierto más alucinado de nuestra escasa memoria. Adentro todos éramos polizontes de una generación acabada, y cuando Bohemia Suburbana llevaba dos canciones, Enrique Bumbury se voltea a ver a Juan Valdivia con un poco de nervios al oír los aplausos: - Tocan bien, no – cuentan que dijo. De 1996, vamos adelante a 1998, y llevé a mi hermanita Claudia al concierto que Ricardo Arjona casi estaba regalando por 10 quetzales la entrada, para ayudar a los damnificados del huracán Mitch. Allí en el Hipódromo del Sur que era un campo ecuestre donde practicaban equitación los ricos del país, hubo ochenta mil personas reunidas, y al final, llevé a mi hermana a mí escondite favorito: La Caseta, un local en el sótano del edificio Géminis 10, están allí el Guicho Morales y la Brab Sando, por aquel entonces eran uña y mugre-coca, ya que nos gustaban la líneas, Kris Ortega, Paola, Josué y Álvaro (unos amigos nicaragüenses), Shuwert y Verónica que eran tan novios en ese entonces, ahora ella vive en Dinamarca y cuando regresa solo nos trae whisky caro. Pedro Pablo, Jennifer y Willy, el Sony Mendez, Paola Cruz Pellecer y Alejandra, me faltan muchos privilegiados. Éramos varios, y oíamos Soda Estéreo, y nunca nos imaginamos que Gustavo Cerati se iba ir de esa forma tan extraña. Cantábamos a todo pulmón, tomábamos cervezas frías en un tour delirante de las 12:00pm a la 1:00 am. Paulo, un amigo que había estudiado en el Julio Verne, se peleó con un policía, lo engrilletaron, y luego salió corriendo escapando, más adelante, en un descuido de los policías que comparaban algo en una tienda. Darío Quiroz, se fue con el Mario a la zona 4 y se subieron a la Torre del Reformador hasta donde está la luz roja que divisan los aviones que regresan al aeropuerto. Yo amaba a una brasileña, que me dijo que su mamá era la embajadora de Brasil en Guatemala, no lo sé Rick, me gustaba hasta que me contaron que me engañaba. Ese primer desengaño me llevó a jugar con todas, no sé si todavía me persigue el trauma. La Caseta se cambió de lugar. El local ahora estaba a un costado de La Casa Comal, frente a donde se filmó La Casa de Enfrente, y seguíamos muy bohemios, la amistad era una moneda de cambio. Todos tomábamos gratis en ciertas horas ya al límite de la madrugada, pero todavía no concia yo los after-parties, hasta que llegué a un experimento de Emilio Méndez: Cuatro Grados Norte, y ya todo está escrito en clave por Pablo Bromo en su libro Arbitraria Muchedumbre y la ciudad descrita por Javier Payeras en Ruido de Fondo, y acá les digo una frase que le oí a la dueña de La Caseta: - Qué pena tan grande tendrán estos patojos que toman como si no hubiera un mañana. 4 de septiembre de 2014 se fue Cerati, gran amigo sonoro, pero seguimos cantando por todos lados, algunos siguen hasta hoy... Gracias totales.

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...