martes, 15 de febrero de 2011

DELIRIOSAURIOS (FRAGMENTO)



Travesía Interna:
Mamá munda

Regresamos de la jungla, de la tierra revuelta con raíces emigrantes heredadas de los silencios frutales, Y adentro de la ciudad intestinal, mientras caminábamos por esos corredores recientes me dijiste el secreto de siglos/ que mi bisabuela tenía un poder misterioso con las palabras/ que todo lo que decía se volvía realidad, que todo lo que pronunciaba era creado, que todo lo que mencionaba o nombraba revivía, que había dicho mi nombre y el tuyo, que nos había ido recreado en su memoria y dicho de cómo llegarían a ser las cosas de la vida, (Oía tu voz como al principio, atento al mundo reciente, como si todo fuera creado con las palabras una cosa tras otra, tras otra, tras otra),  Ella, nos había dado la Vida-espejo, luego de hacer sus cántaros de barro, después de hacer sus esculturas de arcilla, luego de cocer el maíz y molerlo en piedra, luego de cocinar el pan de todos, la tortilla, Ella había dicho las palabras para que nosotros naciéramos, ella fue la que esculpió la masa y formó los cuerpos, y nos enseñó de que éramos/ nos dijo, nos aconsejó/ a sacrificarnos por las palabras, ha llorar en ellas lloviendo, Y creó sus catorce o quince o dieciséis millones de hijos sin una queja. Mamá Munda se llamaba. Podía detener el sol con un dedo y los tornados los des-hacia con cruces escritas en el suelo con ceniza; sabía el por-venir y los encuentros de las estaciones giratorias en las estrellas a punto de morir, porque sabía que las palabras eran poderosas por eso no hablaba tanto, Mamá Munda rezaba, mientras el fuego ardía y ella leía los presagios con voz latente, con voz de tuza en llamas, con voz de maíz, con voz de fuego (sonido de tambores), con el gran cielo por arriba y por debajo, Tum, con la sangre de las gallinas degolladas, con la mística sangre del cordero, con la cruz de ocote, con el manojo de ajos, con el camino empinado de los lodazales, siendo su voz haciéndonos, marcándonos con su voz indiana y mestiza como dos bocas abiertas en el mismo espacio, con su voz de pájaro, con su lamento atigrado de morenos ropajes, con sus sonidos de animales jaguares y todas las arquitecturas rostrales, con los volcanes y su pecho negro, con los hocicos de los quetzales vestidos de saraguates y su plumaje de obsidiana afelpada, de pedernales incrustados en mi boca/ Madre Munda/ con el silencio enamorado con el que molía cada grano de la noche, con el sabio ruidero de tripas, con el lamento de los intestinos curtidos, con el hambre heredada en los orígenes de los desiertos nómadas, Oíste las voces de los eclipses Nana Mamá, con el hambre que era una bendición pagana venida de los gusanos postreros. Oíamos: éramos más de veinte y más de mil, toda una generación de hambres y miserias místicas y la lengua de todos ardiendo alrededor de una fogata pequeña en el centro del fuego/ oímos/ golpe tras golpe en la oscuridad/ mejor no saber de nada, mejor nos quedamos sentados, mejor nos callamos, mejor no miramos, mejor no decimos todo esto, que nos agita y conmueve/ y yo repitiendo en las sombras: todo lo que decía se cumplía,  porque le latía el corazón y el Tum de la sangre, el gran tambor de la tierra:

Bon, bon, bon,
Tum, tum, tum
Um, om, am,
Tum, tum, tum

Fotografía: http://www.mineraltown.com

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