domingo, 30 de septiembre de 2012

CAER O LEVANTARSE




En realidad ahora pienso y dudo, si fue cierto ese llanto de ella al decirme que ese hijo perdido pudo haber sido mío. Pero no lo puedo creer. Toda la vida me he salvado de ser padre con el único recurso fantástico de implorar antes de hacer el amor. Pido que no sea varón ni hembra sino una idea la que nazca. Las ideas no son tan humanas hasta que se las deja ir por ahí con padres adoptivos. Las ideas nacen y se les puede mantener guardada, mas no se les puede prohibir crecer de boca en boca. Pero no era eso lo que quería hablar sino de ella llorando en la orilla de la cama. Claro que se había bebido más de tres litros y claro que yo también estaba drogado, pero sobre todo su llanto que no me lo puedo arrancar del alma. Me decía como entre quejidos que yo no sentía lo de nuestro hijo. Si, se atrevió a llamarlo nuestro, después de decirme que había estado con un fotógrafo australiano que le había tomado fotos desnuda y luego había hecho con ella lo que se hace con las tunas, le quito todito lo que le sobraba para probarla dulzura de sus tetas de nena y su hermoso culo de reina. Pero ahí estaba yo sintiéndome contrariado, porque pena no tenía, tampoco tristeza, menos culpa, lo que tenía en ese instante era unas ganas de un trago en otra parte y que pasaran las doce y amaneciera.  Pero ella llorando y yo a verga no éramos una pareja ejemplar, tal vez éramos ejemplarmente unos idiotas. Por lo pronto me dediqué a calmarla y a buscar donde tenía más pisto para salir por un litro al putero mas cercano. Se dormía rápido era lo bueno y a mi que me encantaba platicar con la putas, aprovechaba para salirme y llegar a unas cuadras a la tienda esa donde vendían comida para todos y había para beber hasta que el cuerpo aguantara caer o elevarse. Pero eso era otra cosa, ahora lo que me preocupa es si ese pequeño de verdad era mi hijo. En realidad no lo he creído nunca pero ya saben ustedes que un hombre niega hasta sus propios hijos siempre, es el mal del latino. Bueno si fue mío, murió. Si no fue mío también murió. Pero siempre he creído que desde entonces nos unía únicamente la lastima y el agradecimiento en pociones infernales. Eso nos unió, un ángel para un final. Nos unió su llanto que nunca oímos, su tibieza que nunca sentimos, su arrullo que nunca conocimos, y entonces ahí estábamos los dos, juntos, maldurmiendo con pesadillas y empujones en una cama donde podría solamente caber el amor y no nosotros. 
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