La semana pasada estuve en dos actividades. Una de ellas en un pueblo dulce, donde los duraznos se caen de los arboles y los devora el tiempo con una lentitud y ceremonia, que parece que la vida ahí es cómplice de todos los secretos. San Andres Semetabaj. Era un conversatorio a dos voces con mi buen amigo Giovany Emanuel Coxolcá Tohom, que muy disimuladamente se va volviendo lo que nunca pensó: un promotor cultural de su localidad, del lugar donde nació.
Guatemala es un estado alterado de conciencia. En ese salón sucedió que las alumnas en realidad estaban interesadas en la literatura, estudiantes de bachillerato y magisterio que hacían preguntas como si estuvieran en el último semestre de Filosofía y Letras. Y hay que anotar que eso no sucede en las universidades, tan fácilmente. Me quedé encantado. No nos alcanzó el tiempo.
Una joven muy participativa me enseñó un poema a la marimba en un break-time. Luego la invité para que lo leyera. Luego, al final, se acercó y me lo regalo. Ese poema que ella me dio no era el poema, el poema era ella, y lo digo sin ninguna alusión romántica, sino con toda la sinceridad destructiva de quien ya no creen en nada.
La segunda actividad: Antigua Guatemala, librería los Encuentros: cinco jinetes del apocalipsis. Editorial X, esotérica distorsión de los sentidos, como diría Javier Payeras, todo concierto de rock, si es bueno, uno puede terminar en la cárcel. Se los dejo a su imaginación.
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